CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
VITORIA EN EL SIGLO XX
Antigua Plaza de Abastos Archivo Municipal V.G.
Antes de tratar los hechos políticos y de otra índole del
siglo XX conviene tener una visión de cómo era Vitoria en los inicios del siglo
XX, tanto en cuanto a su estructura
física, calles, plazas, etc. como de sus habitantes, es decir situar el escenario
donde van a desenvolverse los hechos y sucesos del comienzo de siglo. Para ello
quién mejor que un cronista como Tomás Alfaro Fournier, del que tomamos una
bonita descripción de la Ciudad ,
escrita por él en su libro: “Vida de la Ciudad de Vitoria”. Editorial Magisterio Español. Madrid 1951.
Tomás Alfaro dice así:
{{En
1900 la estructura de Vitoria era casi la misma que en 1876, cuando terminada la última guerra carlista y perdidos los
Fueros, parecía haberse suspendido todo
afán suntuario. La economía del Municipio salía deshecha de aquellas pruebas, y
la iniciativa privada, aletargada por tantos años de inacción, tardaría
bastante en despertar.
Por el Norte, la ciudad apenas se había movido durante
siglos. Se limitaba tras una rápida
pendiente que descendía entre la
Catedral y el Seminario Conciliar hasta el Portal de Arriaga. Más allá se encontraba el
barrio de Santa Isabel y el Cementerio. Se diría que la mansión de los vivos
no quería avanzar por aquel lado, donde se hallaba
la de los muertos.
Por el Este y el Oeste, describiendo amplios semicírculos,
corrían respectivamente la calle de Francia hasta el
Portal del Rey, y la de las Cercas Altas, apoyada en su arranque en el derruido convento de Santo Domingo, para desembocar,
a través de la Plaza de la Provincia , en la calle
de la Constitución ,
y debajo de ellas, como último
escalón hacia el llano, la de las Cercas Bajas, de modesta construcción casi rural.
Así había quedado aprisionada desde hacía tiempo, la llamada parte
vieja, que no parecía pugnar por extenderse, si no era
en leves insinuaciones a lo largo de las carreteras que a ella afluían.
La parte nueva se había ensanchado ampliamente hacia
el Sur, en el transcurso del XIX,
pero en esencia su avance estaba delimitado desde 1870.
La principal arteria partía de la Plaza Nueva y llegaba
hasta la línea férrea. De ahí su
nombre de calle de la
Estación , que aún le aplican los vitorianos a pesar de haberle cambiado su nombre por el de Eduardo Dato. Transversalmente a
ella se alineaban otras vías, todas sabiamente planeadas, aunque entre los
edificios abundaban los solares en espera
de quienes decidieran construir. La calle del Sur (Manuel Iradier) era la última de esta serie. Muy pocas viviendas se habían
edificado en ella al finalizar el siglo, y uno de los trozos, donde está la Fuente de la Paloma , conservó hasta entonces su aspecto rústico. Las traseras acristaladas de
esas casas se asomaban al camino de hierro.
Calle Eduardo Dato A.M.V.G.
Calle Eduardo Dato A.M.V.G.
Calle de Eduardo Dato actualmente
Al otro lado de esa
barrera infranqueable se había formado el Paseo del Cuarto de Hora, bordeado, en uno de sus lados, por cuarteles, alguna finca de
recreo y por el Convento de la Visitación (las
Salesas).
El esfuerzo de ensanche
por esa zona se había yugulado por falta de comunicaciones, ya que sólo tenía
acceso a la urbe por un paso a nivel -llamado
de la muerte a causa de las desgracias que allí ocurrían-,
y por unos estrechos huecos abiertos bajo el talud de la vía
férrea, que servían de comunicación con la Senda de la Flori da.
Realmente se trataba de un
barrio aparte, frecuentado sólo por militares acudiendo
o volviendo del servicio, por beatas asiduas de la iglesia conventual de la Visitación , o por algún taciturno paseante que gustaba
deambular bajo los plátanos del paseo.
Esa parte nueva quedaba
cerrada al Oriente por las calles del Mercado y de Rioja, donde se asentaban edificios de cierta importancia: el Hospital
Civil de Santiago, la Cárcel Celular , el
Laboratorio Municipal, la Plaza
de los carros, que después se convirtió en cuartel de
Artillería, el convento de las Desamparadas y la Plaza de Toros, además de algunas casas de vecindad.
A poniente, la Florida extendía sus
bellos jardines y a su lado daba límite a la Ciudad el romántico campo de las Brígidas contiguo al
Convento de tanta tradición local.
Calle del Mercado, actual calle de Postas Archivo municipal V.G.
Aunque parezca paradoja, puede afirmarse que Vitoria era
una Ciudad construida en pleno
campo. En 1900 no tenía suburbios. Las mieses la rodeaban, sin transición, y las carreteras y los caminos llevaban
las hileras de sus corpulentos árboles
hasta sus mismas puertas. Difusamente se alejaba de la urbe la Senda del Prado, cuidada con esmero, con una tira de asfalto en su
centro, sombreada por castaños de
India. En sus lindes pronto se elevarían numerosas villas de recreo, algunas de gran suntuosidad.
Cualquier vitoriano podía, en unos minutos, situarse en
plena naturaleza y disfrutar
ampliamente del risueño paisaje de la Llanada , y rodear su Ciudad por sendas abiertas entre campos de trigo, disfrutando con su contemplación.
En este contenido recinto, en un ambiente de distinguida sobriedad cuando
no de acusada penuria, se desenvolvía la vida ciudadana con notable matiz
provinciano.
La alta aristocracia adinerada había emigrado
en su mayoría, quedando sólo, fieles a la
tierra de sus mayores, contadas casas de antigua estirpe: los Alameda, los Villafuerte,
los Verástegui, los Salazar, los Velasco, los Murua, los Arcaya... Y aún éstos se hallaban cada vez más distanciados de la
cosa pública, sin tener apenas contactos
sociales, recluidos en sus antiguos palacios, donde vivían de sus rentas.
Una aristocracia de segundo orden, procedente de familias de cierto
abolengo o que habían hecho fortuna en los negocios, componía el núcleo social
distinguido. A este grupo se unían los militares y funcionarios civiles de alguna
categoría, y se ampliaba sobre todo durante
los veranos, con forasteros, muchos de ellos vitorianos de nacimiento, establecidos en la Corte.
Por la abstención de la alta
aristocracia se consideraba a este sector como el más elegante de la Ciudad.
No era demasiado fácil formar parte de él ni
ingresar en las sociedades recreativas donde solían
reunirse, como el Club Alavés donde, en más de una ocasión, «echaron bola
negra» a algún candidato.
La irónica perspicacia popular apuntaba a quienes
ejercían la hegemonía de ese grupo, casi todos unidos por lazos de parentesco,
designándole enfáticamente con el apodo de «la casa de Austria».
Café Suizo en la calle Eduardo Dato A.M.V.G.
La clase media la
integraban comerciantes e industriales de reconocida solvencia e inmaculado crédito. De ella dependían el presente y el porvenir
de la Ciudad , pues sus capitales, penosamente amasados y convertidos en una época de
penuria, fomentaban la creación de nuevas fuentes de
riqueza, industrias que llegarían a ser florecientes, e iban
edificando viviendas de cierta suntuosidad en los solares vacíos. Su influencia en la vida económica les llevaba a
menudo a ocupar cargos públicos, ya no tan codiciados por lo retorcido
de la política, que acabaron abandonando en manos
de profesionales, abogados los más, o de pequeños ambiciosos sin preparación alguna, que hacían escabel de los puestos
municipales y provinciales con la vista puesta, más en su medro
personal o en la satisfacción de su vanidad, que en realizar una
administración meticulosa y eficaz.
Artesanos y comerciantes
al por menor, pequeños funcionarios y empleados, y, en fin, obreros y obreras,
aún no muy numerosos, modistillas, sirvientas y soldados, constituían el
elemento popular, que prestaba color característico a la urbe, modesto y
bullicioso, saturado de donaire, sobre todo cuando, en las horas de asueto o en
los días festivos, inundaban las calles céntricas y los
paseos, o se desparramaba con alegre despreocupación por
los alrededores.
Vitorianos/as paseando por el Parque de La Florida A.M.V.G.
Siguiendo reglas fijas, rara vez conculcadas,
simplemente impuestas por la costumbre,
todas las clases sociales convivían casi siempre en los mismos lugares de
esparcimiento, aunque manteniendo sus distancias.
esparcimiento, aunque manteniendo sus distancias.
En
los atardeceres de invierno, si el tiempo lo permitía, se formaban paseos en la calle de la Estación después de las
horas de trabajo. En una de las aceras deambulaban los «señoritos» de ambos sexos, ellas celosamente vigiladas por sus mamás.
En otro sector paseaban modistillas y empleados. La acera de enfrente era fondo de obreros y obreras,
soldados y sirvientas. El centro de la calle, aún empedrado con redondos
cantos, representaba un terreno neutral para quienes querían escapar de
las minuciosas clasificaciones, cuyo orden se manifestaba también en el atuendo: sombreros y perifollos abrigos a la moda y bastones en los unos, y
sencillos corpiños bajo el pelo libre, boinas y blusas en los otros. Aún
no habían aparecido las igualadoras
gabardinas.
Cuando
llovía se paseaba bajo los arcos de la Plaza Nueva. Los hombres circulaban en un sentido, generalmente agrupados,
admirando al mujerío que giraba en el
contrario. Allí solían iniciarse los
noviazgos después de escrutarse los futuros amantes, a través de mutuas miradas de «timarse» y de otros escarceos que
les condujeran al logro de una
acogedora complacencia, previo paso a la declaración. Era una romántica estrategia de afanes
contenidos, en la que jugaba importante papel la
coquetería. Un juego delicioso, repetido vuelta tras vuelta, día tras
día, que muchas veces se esfumaba en timideces agotadoras y pocas era
vencido por la decisión del galanteador.
La Plaza Nueva.
En
ocasiones se bailaba en el centro de la plaza. Rompíanse las filas y quedaban casi desiertos los andenes, bajo los arcos.
Movíanse las parejas a los acordes de
populares pasodobles, schotis,
mazurkas y habaneras, de cadenciosos valses, para terminar con la jota. Bailábase a izquierda es
decir, cogiendo los hombres a las muchachas con el brazo izquierdo, no como en los
salones distinguidos, donde se hacía a
derechas, siendo éste un signo más
de separación entre dos mundos con distintas apetencias: protocolario y lleno de perjuicios el uno; libre en sus
expansiones y despreocupado el otro.
Y no es que se odiaran entre sí, ni mucho menos. Aún no
habían aparecido en la superficie,
con toda su secuela de rencores, los problemas inherentes a una excesiva industrialización de la vida, creadora de amorfos
proletariados y absorbentes capitalismos. Cada cual seguía con rutina el ritmo de una
existencia que siempre había conocido
así, mantenido sobre todo por la gente mayor y del que se iba desentendiendo la juventud. ¡Cuántos muchachos de
familias distinguidas saltaban las barreras
sociales para encontrar una salida a la rigidez del ambiente!. ¡Cuántos
de ellos unidos francamente a las expansiones populares, gozaban de ellas plenos de libertad!. ¡Cuántos después de las excitaciones del baile, gustaban de las delicias del amor, casi siempre puro, aunque sin hipócritas
remilgos en compañía de una linda muchacha
que contaba, como único peculio, con su garbo y belleza y se ofrecía como era, limpia de malos
pensamientos contenidos...! Sin embargo, debían afrontar éstos una cierta
repulsa del medio social en que vivían; sufrían severas admoniciones de sus
padres y les miraban hoscamente, si no les retiraban el saludo, las muchachas
del mundo distinguido.
En las grandes festividades a la entrada y salida de la Misa Mayor o de los
Oficios de Semana Santa, acudían a las iglesias los hombres
endomingados... Chisteras y levitas los señores, llevando del brazo a sus esposas
y delante a los niños serios y circunspectos... Largas capas, la gente del pueblo... Era un pasar cadencioso, ritual, que se
perdía por las escaleras de Villa Suso, desparramándose a través de las Covachas y los Arquillos, en la ciudad
baja, tan diferente en su
modernidad...
Desfile por la calle Dato Archivo municipal V.G.
Salvo en esas ocasiones excepcionales apenas se mezclaban
ambos pueblos. El alto y el bajo, el antiguo y el
nuevo, antagónicos, incomprendidos el uno por el otro.}} Alfaro dixit.
Para saber más:
"Álava en sus manos" Varios Edit. Caja P. de Álava 1983
"De Túbal a Aitor" Iñaki Bazán (direct.) Edit. La esfera de los libros. 2002
"Vida de la Ciudad de Vitoria" Tomás Alfaro Fournier Edit Dip. foral de Álava. 1996
"Síntesis de la Historia del P.Vasco" Martín de Ugalde Edit. Elkar S.A. 1983
"Historia de Vitoria" P.Manzanos y J.M. Imízcoz Edit. Txertoa 1997
"Rincones con renombre" Elisabeth Ochoa de Eribe y Ricardo Garay Edit. Fundación Mejora 2012
"Historia de Álava" Antonio Rivera y otros. Edit. NEREA 2003
"Vitoria: transformación y cambio de un espacio urbano" Manuel Antonio Zárate Martín Boletín de la Institución sancho El Sabio Tomo XXV 1981
"Vitoria: transformación y cambio de un espacio urbano" Manuel Antonio Zárate Martín Boletín de la Institución sancho El Sabio Tomo XXV 1981
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